lunes, 19 de mayo de 2008

En busca de la diosa Ayahuasca

La ruta original que habíamos pensado seguir iba desde Lima directamente al Ecuador, por la costa, para llegar rápidamente a Colombia. Pero, una vez entrados en el Perú, muchísima gente comenzó a hablarnos de una ciudad ubicada en el medio de la selva, en los orígenes del río Amazonas. “No pueden salir del Perú sin haber ido a Iquitos”, nos decían. Y, como la única norma que regía nuestro viaje era la improvisación, nos dirigimos hacia allá.
Salimos de Huanchaco, en la costa del pacífico, con destino a Yurimaguas, el puerto desde donde salen los botes hacía Iquitos (ya que no hay carreteras). El viaje duró dos días y medio, en el que nos las pasamos tirados en nuestras hamacas, y al atardecer -cuando bajaba el sol y el calor-, salíamos a tomar una cervecita con el majestuoso escenario del río y la selva de fondo.



La lectura y la cerveza: nuestros compañeros inseparables





Tomando unas chelas con el "amigo".

Hasta lo que iba del viaje, todo había sido muy rápido, íbamos de un lado a otro, sin descanso, siempre pensando en el tiempo que nos quedaba y las muchas cosas que faltaban por ver: teníamos que llegar a Cuba y volver en tres meses!! Pero en Iquitos nos tomamos vacaciones: estuvimos una semana hermosa, en la casa de Gill, un francés que se había instalado en la ciudad y que alquilaba habitaciones. En lo de Gill nos sentimos como en nuestra casa -después de casi un mes de viaje-, durmiendo, mirando televisión, cocinando y comiendo muy bien. Además en Iquitos no había mucho para hacer, y el calor que hace al mediodía es insoportable.
Pero había una cosa que teníamos que hacer por esos pagos, sí o sí, y no nos fuimos hasta que se acordó la fecha para realizarla. Nos habían hablado mucho de una hierba medicinal usada por los indios de la zona, llamada Ayahuasca. Después de muchas idas y venidas, dimos con un chamán y, junto con una pareja argento-brazuka, nos decidimos a probar la planta misteriosa.
Salimos bien temprano, rumbo al puerto de Iquitos, donde una pequeña lancha nos dejó en un pueblito al otro lado del río. De ahí, nos adentramos hora y media de caminata, en medio de la jungla, hasta llegar a la casa de Fernando, el Chamán. El hermoso lugar, inundado por la naturaleza, tenía una “maloca” en el centro, que es el lugar en donde se hacen los rituales. Adentro, había tres gringos que estaban haciendo una rigurosa dieta y un tratamiento curativo con la planta desde hacía ya varios meses. Se dice que la ayahuasca, además de significar un viaje espiritual, limpia al cuerpo de todas las impurezas: los nativos hablan de un morir y un renacer. Hay que tomarla en ayunas y, luego de la ingesta, se prohíben los “cuatro demonios”: el cerdo, el ají, el alcohol y el sexo.
Uno de los tres foráneos, venía de un país nórdico al que nunca habíamos escuchado nombrar, todavía no sé si existe. Hacía seis meses que estaba ahí, haciendo la dieta y aprendiendo los oficios de chamán. De largo cabello rubio y muy flaco, estaba sentado en el piso cuando entramos y rompimos la paz en la que estaba inmerso. Enseguida comenzamos a asediarlo con preguntas, ya que nuestro temor y expectativas eran muy grandes: no sabíamos qué carajo podía ocurrir esa noche. El aprendiz de chamán, con mucha calma, respondía nuestras inquietudes: “No puedes ver a la diosa Ayahuasca en la primera cita”, nos decía, casi susurrando. Era muy difícil que en la primera experiencia fuéramos capaces de tener alguna visión: “hay que hacer varias sesiones para poder llegar a un nivel más profundo”, me comentaba un francés -que justo ese día terminaba su dieta-, mientras saboreaba una extraña fruta que hasta hace poco tenía prohibida, por su elevado nivel de azúcar.
A las ocho, ya entrada la noche, el chamán y su mujer entraron al recinto, y nos dispusimos en ronda para dar comienzo a la ceremonia, menos el misterioso nórdico, que se quedó a un lado, en su hamaca. El francés, un belga, yo, Seco, un peruano y la pareja, en ese orden, esperábamos sentados, mientras el chamán comenzó a fumar un tabaco de la zona y esparcía el humo por el lugar –después me enteré que era para alejar los malos espíritus.
El primero en tomar fue el francés que, al probar el verdoso brebaje, su cara se le retuerce de asco, y enseguida se hace un buche y lo escupe afuera. Nosotros, cada vez más intranquilos, observábamos el escenario, que se completaba –como un cuadro surrealista de Picasso- con un perro moribundo, que estaba tirado afuera, sin poder moverse, y que comenzó a aullar al poco de comenzada la ceremonia. El nórdico me había explicado lo que le pasó: “fueron los duendes los que le han hecho daño, hay muchos duendes por aquí”.
Después del belga fue mi turno. Me levanté, tomé coraje y me bebí todo de un saque. Estoy en condiciones de afirmar que nunca he probado algo tan feo en mi vida: increíblemente amargo. Después le toca a Seco, y algo extraño sucede: antes de tomar, a todos nos preguntó el nombre, pero a Seco no…nadie sabe todavía porqué.
Treinta minutos pasaron, e ingenuamente pensamos que no era para tanto, ya que no había efecto alguno. Pero al rato, el francés salió desesperado hacia fuera, y comenzó a vomitar violentamente. A los cinco minutos salió el belga, y se puso a defecar entre los arbustos. Sabía que era mi turno: salí de la maloca, un poco mariado, y me senté afuera. Trataba de no vomitar, de aguantarlo: nos habían dicho que si se vomita enseguida, el efecto de la planta es muy débil. Cerré los ojos y, como por arte de magia, apareció un mundo de colores que iban y venían: era mi tercer ojo, en el medio de la frente. El chamán, con un pequeño instrumento, comenzó a hacer extraños sonidos que penetraron dentro de mi cuerpo, como si estuvieran en mis pulmones o en el corazón. Los ruidos de la selva, de los insectos sobre todo, se escuchaban como adentro de mi oído, y con la mano me golpeaba en la oreja, tratando de alejar a los zancudos (léase mosquitos).
De repente, algo interrumpió mi viaje psicodélico. Alguien trataba desesperadamente de abrir la puerta del recinto, y cuando giro lentamente mi cabeza hacia atrás, lo veo a Seco, que se cae de rodillas contra la puerta y comienza a vomitar con fuerza. Extiendo la mano, intentando ayudarlo, pero estaba inmovilizado: esa cosa me estaba pegando como padrastro borracho, y me era imposible despegarme del piso. Por suerte, apareció el aprendiz, que estaba ahí sentado, viéndolo todo, y lo levanta a Seco y lo saca afuera. Al verlo a Seco, vomitando a mi lado, no me pude contener, y comencé a vomitar hasta que no quedó nada en mi estómago. Sentía que tenía una piedra atascada en mi garganta, que me ahogaba y que no podía largar.
El lugar fue, durante dos horas, un concierto de arcadas y flatulencias, pero después sobrevino la calma. Dicen que después de los vómitos viene los mejor, las visiones, los viajes. Seco pudo escucharlo a David Gilmour, entre los matos, tocando el solo de “On an Island”. Yo traté de apartarme de toda esta locura, en donde la selva cobraba vida en la oscura noche: serpientes, personas que pasaban a nuestro lado y también a la distancia, la tierra que cobraba vida en forma de un pequeño niño negro que me miraba cuando vomitaba, el pueblo nativo que se reunió a presenciar la ceremonia; todas alucinaciones que deformaban nuestra percepción visual, aunque al día siguiente, el nórdico nos diría que esas personas que veíamos eran los duendes.
Lo que sí se potenció al máximo fue nuestra percepción auditiva, y hasta el día de hoy quedamos con el oído muy sensible. Podíamos escuchar absolutamente todo, y hasta sentía en la nuca las bocanadas de humo que el chamán me lanzaba desde aproximadamente treinta metros, cuando estaba afuera vomitando.
Cuando pude pararme, después de vomitar, entré en la maloca y me acosté en la hamaca, y “ahí comienza un mambo diferente”. Pude ver una mano de mono, que con su dedo índice apuntaba hacia algo que no podía precisar. Fijo la visión un poco más, y veo que la mano apunta a un mapa de Sudamérica, a Colombia, para ser más precisos. Aparece mi hermano, como diciendo “vení boludo, te estamos esperando”. El estaba ahí, pero nosotros nunca llegamos.
El ritual terminó cerca de las cinco de la mañana, con una breve charla con el chamán, que nos pidió que le contásemos nuestra experiencia, y con más humo de tabaco limpió nuestra alma de los malos espíritus. Le conté que había estado muy mal, y me dijo que el estaba viviendo mi experiencia, y que me mandó energía a través del humo que sentí, cuando estaba tan lejos.
Y esa fue una de las experiencias más fuertes del viaje. ¿Si lo recomiendo? Sí, pero no creo que lo volvería a hacer. En poco tiempo seguiremos con el blog, ya desde acá, Buenos Aires…la pu$%&madrequeloremilpar!”··$%&!!



La maloca, el gringo aprendiz de chamán y el perro: el escenario de la ayahuasca




Los camarotes de lujo en el barco a Iquitos


Se viene el morfi!





Belén: el barrio pobre de Iquitos






11 comentarios:

Anónimo dijo...

Además de músicos, también viajeros y aventureros. Que experiencia mas única la del chaman. Jamás lo había escuchado así a detalle. Estos relatos me recuerdan al viaje épico del Che y Alberto Granado por toda Latinoamérica. Me imagino que se aprenden infinidad de cosas al ser parte de estos recorridos. Sigan aventurando!

Anónimo dijo...

faaaaaa......hermano, que bueno!!! la verdad que te felicito por la forma de escribir, por un momento me senti dentro de esa loca pelicula que relataste. Me atrapó tanto que me olvide que estaba en la Iglesia del Camino en Antigua, jajajaj buenisimo. Un abrazo grande hermano.

Anónimo dijo...

Muy bueno!!!Que buena experiancia, senti como si hubiera tomado yo mismo la psicodelica planta, la verdad que al boludo del relator de banderalatinoamericana lo dejaste chiquitito, ademas ese no hace mas que pegar y copiar.
Espero ansioso mas relatos, ponganse las pilas y actualicen mas seguido, no como esos de bandera...
Ro.

Anónimo dijo...

Muy pero muy buena Vaina!!

Emilio

Anónimo dijo...

Dejen de decir Vaina!

el Tio

Anónimo dijo...

El robo de identidad es delito Gordo, si a vos te digo Emilito Brunetti, igual dejen de decir vaina.
En fin, se ve que ha sido una experiencia unica, lo del solo de Gilmour es loco che. Ahora que tienen mas tiempo a ver si actualizan un poco mas seguido que me imagino deben de haber quedado muchas historias para contar.
Un saludo amigos.

Pablo Machao (el verdadero).

Anónimo dijo...

odisea tremenda niños, muy agradada de volar con esta magnifica aventura, espero ansiosa la próxima actualización.
un beso desde colombia!!!

Anónimo dijo...

Holaa muchachoss, que aventuraa hicieron!!! tamañoo viajeee,, fáa como deben tener anécdotas o no? bien dijeron que las mochilas pesan mas que nuncaa debe ser por tantas vivenciass... uff que buenooo!!
felicitacioness changoss los esperamos en santiago hay dia!!
un gustazoo fuee conocerlos, ojala que nunca cambien la forma de ver la realidad, mas aun de esa America Profundaa que la surcaron,
Hasta la Victoria, simpree!!
un fuerte Abrazoo chicoss...
Coco Paz

Anónimo dijo...

Dejo mis saludos y felicitaciones a los viadores latinoamericanos, que siguen y fomentan el circulo de retro alimentacion y reconocimiento de nuestra latinoamerica y nuestros hermanos del mapa, muy buenas las experiencias asi como las descripciones de lo vivido, las cuales dan ganas de tomarse un buen tiempo para Conocer, cuanto antes. Abrazo

Anónimo dijo...

Hola hola!!! Li: cumplo con el comentario y la visita al blog! Tarde pero seguro!
Mientras leo y leo muero de envidia!!! (y no de la sana je!) Los felicito por tremendo viaje... Y deseo que sigan agregando anecdotas asi viajo un ratito con ustedes!
Besos
Cami

nitantonitanpoco dijo...

Hola Lisandrito, ¿qué dice? Hace pila que no entraba. ¡Tocaste en Venezuela! que grande, ¿ya tenés fans ahí?

Beso grande, Vicky.