lunes, 23 de junio de 2008

Por los caminos del Che: El leprosario de San Pablo


“Recién estos días tuve por primera vez algo de añoranza del hogar, pero fue una cosa efímera; verdaderamente tengo espíritu de trotamundos y no sería nada raro que después de este viaje me dé una vuelta por la India y otra por Europa. Con Alberto tenemos mil proyectos en el mate pero recién después de ver qué hay en Venezuela vamos a decidir”.
Carta del Che a su padre, desde Iquitos, en el año 1952.





De alguna manera, la figura del Che estuvo siempre presente en nuestro viaje. Cuando entramos a Bolivia, lo primero que queríamos hacer era ir hacia La Higuera, el pueblito cercano a donde fue abatido el Che, y donde está esa famosa escuelita en la cual fue exhibido su cadáver. La lejanía del lugar, el difícil acceso al pueblo, y la falta de tiempo, nos convencieron de dejar La Higuera para otra ocasión, como así también al Salar de Uyuni.
Profesos devotos de la vida y obra de Guevara, aprovechábamos los largos trayectos entre ciudad y ciudad para leer sus diarios de viaje, además de la bibliografía marxista básica para cualquier viador latinoamericano: Historia de la Revolución Cubana, la última biografía “A dos voces” de Fidel Castro, “Las venas abiertas de América Latina” de Galeano, etcétera. La historia política de Latinoamérica y la música eran los únicos factores que de alguna manera determinaban nuestros destinos, dos tópicos que ambos compartíamos con pasión.
Y cuando torcimos nuestro rumbo hacia la selva amazónica, algo tenía que ver el Che en nuestra decisión. El fue de Cuzco a Lima, y de ahí a Pucalpa, donde tomaron un barco a Iquitos. Nosotros sabíamos todo esto y, aunque nunca lo pensamos, inconscientemente nos creíamos un poco Guevara y Granados, abriendo los límites de nuestra percepción a medida que nos adentrábamos en el descubrimiento de este maravilloso continente.
Sabíamos que ellos habían estado un mes en un leprosario, a la vera del río Amazonas, pero ni sabíamos exactamente donde estaba, ni cómo se llamaba. En Iquitos preguntamos y nadie sabía nada, hasta que en “Información Turística” nos dijeron: “Sí, creo que está más al norte, camino a Leticia”. Leticia, ciudad colombiana, ubicada en la triple frontera que comparten Perú, Brasil y Colombia, era nuestro próximo destino. De ahí volaríamos a Bogotá (como lo había hecho el Che, aunque no lo sabíamos por aquel entonces). Así que un día decidimos dejar nuestra querida Iquitos, y nos subimos en el barco a Leticia.
Al segundo día de viaje, le pregunté al capitán si conocía un leprosario por la zona, y me dijo que sí, que el barco paraba ahí esa misma noche a buscar pasajeros. A las diez de la noche llegamos a San Pablo, un pequeñísimo pueblo, con una sola callecita asfaltada, al final de la cual se ubicaba el hospital para leprosos. Pero había un problema: el barco iba a estar parado ahí solo media hora. Decidimos bajar rápidamente para tratar de llegar al leprosario y volver al barco en el poco tiempo que teníamos.
Pero en el momento en que pisamos San Pablo, una especie de magia y emoción nos invadió. Hacía más de cincuenta años, el Che había estado viviendo un mes en ese pueblo, en donde pasó su cumpleaños número 24, junto a Alberto Granados. En ese lugar había dejado su huella indeleble, que más tarde se extendería por toda América Latina.
Lo primero que hacemos es preguntar en un bar donde quedaba el leprosario. Unos viejos que estaban tomando cerveza nos dijeron que el lugar ya estaba cerrado, y que además estaba lejos y no nos daría el tiempo para volver al barco. Los viejos nos invitaron a quedarnos en el hotel de al lado (el único que había), y al otro día nos llevarían a recorrer el pueblo. No nos fue muy difícil decidirnos a quedarnos y, además, el pasaje nos servía para el barco que pasaba al día siguiente.
Los “amigos” nos invitaron a la mesa, a tomar unas chelas –a esta altura del viaje, cualquier invitación a la ingesta de bebidas o alimentos era aceptada rápidamente y sin vacilación. El tipo que presidía la mesa, y que pagaba las cervezas (nos tomamos como diez “Cristal” cada uno), se hacía llamar Paquito Gutiérrez. Resultó ser un importante empresario y dirigente forestal de la amazonía peruana, que luchaba contra el gobierno de Alan García y esos “cerdos ambientalistas” que querían ponerle un coto a la deforestación de la selva. Paquito era apoyado por mucha gente que iba a perder sus empleos en una de las pocas actividades rentables de la selva. Con ayuda del alcohol, su palabra y su diatriba fueron in crescendo, hasta que confesó: “Acá, en América Latina, está Fidel Castro, el Che Guevara y Paquito Gutiérrez”.
Paquito nos consiguió un lugar en el piso de la recepción del hotel, ya que éste estaba lleno. Sin muchas ganas de irnos a dormir en ese duro lecho, nos enteramos de que había una fiesta en el pueblo, así que fuimos para allá, acompañados por un secuaz del influyente Paquito. Éramos los únicos turistas del pueblo en meses, un metro más alto que el promedio de los lugareños: enseguida las miradas se concentraron en nosotros. De pronto, dos chicas nos invitaron a bailar unas cumbianchas, y al terminar el tema nos dicen que les teníamos que dar un sol (equivalente a un peso arg.) por haber bailado con ellas. Se equivocaron de turistas: sacarnos un peso a nosotros era más difícil que Perú salga campeón del mundial de Sudáfrica 2010. Después nos enteramos que las chicas estaban participando de un concurso, en el que los hombres les pagaban por cada pieza de baile, y la que juntaba más dinero se transformaba en Miss San Pablo.
Al otro día, nos levantamos con la columna bien tiesa, consecuencia del duro piso del hotel, y nos enteramos de que habíamos sufrido el primer robo del viaje. El reloj de Seco había desaparecido, y según nos dijeron, sospechaban de un Cabrera que andaba suelto por ahí.
Después del incidente fuimos a buscarlo a Paquito que nos iba a llevar a conocer el pueblo, el leprosorio y después íbamos a ir a cazar a la selva.
-¿Vamos yendo Paquito?
-¿Adonde? No hermano, ya me estoy yendo pa’ Iquitos.
Y así se esfumaron las promesas de Paquito y su patrulla de borrachines. Pero nos fuimos al leprosorio nomás, lo que fue una experiencia inolvidable. La lepra ya ha sido erradicada, pero en el lugar todavía quedaban 17 pacientes con secuelas de lepra, es decir, con la enfermedad ya controlada y sin posibilidades de avanzar. Las monjas que manejaban el lugar fueron muy amables, y nos llevaron a recorrer el lugar. Al llegar a la cocina y detectar signos de alimento, no pudimos evitar preguntar qué estaban cocinando. Enseguida nos invitaron a comer con los leprosos que, muy contentos por la visita, respondían todas nuestras preguntas. Uno de ellos lo había conocido al Che cuando era chico, y nos habló con mucho entusiasmo de aquel día en el que lo conoció.



En el comedor, con el cocinero del leprosario



Con el paciente que llegó a conocer a Guevara


Ahí nos enteramos que la famosa escena de la película “Diario en Motocicleta”, en la que el Che cruza el río Amazonas a nado, el día de su cumpleaños, no fue verdad. La colonia en donde estaban y están los médicos, se encuentra en la misma costa del río que el leprosorio. También nos aseguraron las monjas que era una gran mentira la otra escena del film en la que no le dan el almuerzo por no haber ido a misa. Aunque, en una carta a su madre desde Bogotá, se pueden corroborar las escenas, ya que cuenta que cruzó el río y que fue castigado por las monjas.
Después de despedirnos de las monjas y los pacientes, todos de un gran corazón, nos fuimos a visitar al famoso Che Silva, un anciano que había sido operado en el brazo por Guevara. Ahí estaba sentado en su hamaca, como esperando nuestra visita, en su humilde casa de madera, adornada con un par de fotos de Fidel y el Che. De noventa y pico de años, el viejo se había quedado ciego pero su memoria estaba intacta. Nos contó detalle a detalle como había sido ese encuentro que lo marcó para siempre, y que le había dado el apodo de Che.
Terminado nuestro tour por este pueblo mágico, escondido en la inmensidad de la selva, nos dedicamos a caminar esa calle principal, la única de esta ciudad en la que no existen los autos ni las motos. Los hombres, cuando no trabajan, se dedican a beber cerveza, la única actividad en la que se puede derrochar el tiempo libre. Y éramos invitados a cada mesa que nos avistaba desde lo lejos. “Eh amigo! Welcome…ah, argentino…che boludo, vení!! Y así hicimos muchos amigos, como Elí, que nos contó que su abuelo le pateaba penales al Che.
A las diez de la noche pasó el “Jorge Raúl”, la nave que nos llevaría a Colombia, desde los límites de un Perú que nos despedía como si fuésemos conocidos de toda la vida. Nos abrazamos con Elí y subimos al barco a colocar nuestras hamacas. Al lado nuestro, dio la casualidad de que había dos cordobesas, que entre mate y faso, cuando le comentamos que éramos de Gualeguaychú nos dicen: “Ah, mirá vos, conocimos unos chicos de Gualeguaychú en Cartagena, viajaban en un Falcon, vendiendo remeras”.


En la puerta del leprosario (nótese el cartel de prohibo tomar fotos a los residentes, a la izquierda)


Con una de las monjitas represoras






Con el "Che Silva"

El majestuoso amazonas de fondo





Por los caminos de San Pablo







Con el amigo Elí



El "Jorge Raúl", el navío que nos dejó en Colombia

sábado, 14 de junio de 2008

Todos tienen algo que esconder, excepto Seco y su mono

Se dice que una imagen vale más que mil palabras. Y sí, hay imágenes que lo dicen todo, que retratan hasta lo más íntimo del espíritu de una persona. Se me vienen a la cabeza la extraordinaria foto del Che tomada por Korda, o la Monalisa de Leonardo, en el caso de la pintura.
En la foto de Korda nos podemos inmiscuir en la personalidad de Guevara a través de sus ojos, de esa mirada hacia el porvenir. Ahí esta el Che, con su uniforme verde oliva, con su boina en la cabeza. Y acá lo tenemos a Seco que, intentando trazar algún tipo de paralelismo con el comandante, en lugar de boina decidió ponerse un mono sobre su cráneo. Y esa sonrisa picaresca, que en la Monalisa nos invita a pensar que era flor de turra, en el Mono-Seco nos pinta de pies a cabeza el histrionismo de su portador y su postura frente al mundo.
He aquí, con ustedes, José Luis Seco Pon, más conocido como “Seco”. Contemplad!!









"El guerrillero heroico", de Korda. La fotografía más reproducida de la historia.




"La Gioconda", de Leonardo. La obra más famosa del renacimiento.